jueves, 21 de agosto de 2014

Tú: una apropiación, un desconocimiento.


11, 12,17, 18,19 y 20 de agosto del 2014.


Tú: una apropiación, un desconocimiento.

“And I am you and what I see is me”. 

Echoes – Meddle (1971) –Pink Floyd.


Introducción.

            El pasado 4 de julio –del presente año, 2014– acudí a la presentación del libro “El tigre en la casa”[1] del escritor mexicano Eduardo Lizalde[2] en la Biblioteca de México.[3]  Anteriormente ya había leído algo de la obra del poeta mexicano, sin embargo, esas lecturas eran posibles debido la adquisición de algunas antologías que recopilan la poesía mexicana. Desde estos primeros acercamientos fragmentados de “El tigre en la casa” percibí –además de la gran ejecución por parte del autor en la escritura y sonoridad– una profundidad conceptual en los poemas que, seguramente, se abriría en una lectura de el libro completo. La percepción no fue equívoca. Ese mismo día –el de la presentación del libro– compré el documento completo. No leí el libro inmediatamente, de hecho, esperé cerca de dos semanas para comenzar a leerlo. La lectura de un libro de poesía no es como el de la novela, ni de teoría (de lo que sea). La apropiación del texto te marca el ritmo en el que avanzas y/o retrocedes las páginas. Es una lectura dispuesta, diseminada y desordenada. Sin embargo, aún con esta opinión, puedo decir que terminé una primera lectura de “El tigre…”.
            La intención de este texto tiene una historia más allá de mi lectura del libro de Lizalde. En un principio, los temas a tratar en este artículo, los trabajé en una carta que envié. En especial, para aclarar(me) ciertas nociones y pensar a una persona que, desde la profundidad, afectó en mi concepción de lo que a diario percibo. Esta carta la realice a principios de junio (2014). Una vez leído el libro de Lizalde pensé en relacionar los temas de la carta con la propuesta poética-conceptual que surgen a partir de mi interpretación de la obra. Las nociones son: amor, odio, miedo y Otro. A lo largo de este texto, copiaré algunos de los poemas que abordan las nociones. Por ningún motivo pretendo agotar ni el sentido ni la significación de “El tigre…”. Los apartados estarán divididos a partir del análisis de cada noción para facilitar la consulta.

Amor.

            El amor es, ante todo, una noción. Por consecuencia, sujeta al cambio –tanto de significado, como de entendimiento a través de la existencia del sintagma– la palabra amor ha tenido muchas significaciones, tantas como sociedades y personas que enuncian la palabra –ya sea escrita u oralmente–. Pensar hoy al amor y, en general, de cualquier noción, requiere de un análisis profundo que tenga como intención reflexionar cómo opera la noción en diversos contextos. El amor, entonces, se tiene que abordar a partir de la particularidad y no desde lo universal. Por ello, en este apartado, analizaré cómo, el amor, pide ser elaborado.

5[4]
Debe el amor vencer,
vencerlo todo.
La muerte y la cursilería.

Vence a los leones locos el amor,
lo vence todo.
La sintaxis.
Los corchos apretados,
el tránsito de las úlceras.
Y vence la desgracia del ratón sin muelas,
la miseria del diente sin castores,
la del castor y el diente sin carpintería.

Todo lo vence, compañeros,
vence a la muerte, ciudadanos,
porque es la muerte él mismo.

            En la estructura del poema, el amor, ejerce el papel de vencedor. Vencedor de todo. Por todo, entiendo: la acotación tangible del acontecer en el presente a partir de nombramientos que vuelven pensable el suceder; ya sea a partir de estructuras gramaticales para el lenguaje, el ‘inicio’ y ‘fin’ de algo, etc.
El amor, entonces, vence a toda estructura que nos permite evadir la nada. Por consiguiente, el amor -en el poema– desgarra, rompe, quiebra, desintegra, deshace, fisura el limite que mantiene al hombre en el mundo material. Es decir, el amor abre la posibilidad al hombre para vivirse más allá de la existencia tangible, aún, en su existencia en el mundo como seres materiales.
¿Cómo? Sí, como mencione al inicio del apartado, el amor es una noción, por consiguiente, está siendo pensamiento. Es, el pensamiento, el que nos limita –parcialmente– al mundo material. Pero todo pensamiento es inventor. ¿Por qué? Porque el pensamiento no descubre, ya que, no hay cosas en sí; hay puntos de vista sobre la cosa, por lo que deduzco que hay cosa en tanto que ‘observamos’ a la cosa o tenemos referencia de la cosa. Como lo planteo, entonces, a partir de una reflexión (pensamiento) tenemos la capacidad, los hombres (en tanto pensemos), de plantear de maneras distintas. Por ejemplo, podemos aplicar una conversión de Una cosa abriendo el significado –de la cosa– a ser más cosas. Conclusión: ser conscientes del pensamiento permite ‘frenar’ las deducciones que por automático realizamos de las cosas. El acto de ‘frenar’ las deducciones permite que el pensamiento (la reflexión) tenga la posibilidad de pensarse y vivirse creativa. Y es, a partir de esta creatividad, en la cual nos relacionamos con las cosas. Con este planteamiento, cabe enfatizar que, el acto pensar es un acto intangible. Por ello, el amor, en el poema de Lizalde es vencedor de todo obstáculo estructural –que aprehende a la cosa en tanto nombra–. El amor está siendo la capacidad de pasar del Uno, al Varios en tanto Uno piense más allá de la limitación del acontecer.
Entonces, con el planteamiento: ¿puede considerarse al amor “vencedor”? Sí y no. Es “vencedor” al momento de fisurar las estructuras. Pero lo que define al amor –la capacidad de “vencer”– deja de serlo en el momento en que logra fisurar y por consecuencia, abrir, desplegar, diseminar, a la cosa en cosas. El amor es “vencedor” para convertirse en “no-vencedor”. Sin embargo, el amor, al convertirse en “no-vencedor”  (recordemos, en la vida material, en la vida animada que vivimos, en la que desde un principio abordé la situación) necesita enunciarse de algún modo, ya que, este acto de conversión es posible únicamente a partir de lo tangible.
         El amor –desde (mi apropiación de) la escritura de Lizalde– está siendo una tensión que permite al hombre, en su ‘naturaleza material’, ir más allá de su condición aún siendo parte de ésta. Por ejemplo, el amor hacia un tercero. Uno no ama a Otro (ama a lo que puede y quiere ver de Otro). Desde este planteamiento es imposible. Uno puede amar el lazo comunicativo que permite concebir al Otro, es decir, el amor hacia Otro es un proceso de reflexión sobre las posibilidades que tenemos de percepción con lo ajeno a nosotros. ¿Qué origina el amor? El amor es deseo de aprehensión. Deseo que se extingue sí se quiere igualar el 'objeto' deseado a nosotros. De hecho, el amor, en todo caso, sería la capacidad de aprehensión del Otro en distintas formas, siempre cambiantes, siempre ajenas, siempre distintas. El amor es una retención al máximo del placer de poseer al extraño. Amar sugiere establecer una relación con lo intangible.


Odio.
1[5]

Grande y dorado, amigos, es el odio.
Todo lo grande y lo dorado
viene del odio.
El tiempo es odio.

Dicen que Dios se odiaba en acto,
que se odiaba con la fuerza
de los infinitos leones azules
del cosmos;
que se odiaba
para existir.

Nacen del odio, mundos,
óleos perfectísimos, revoluciones,
tabacos excelentes.

Cuando alguien sueña que nos odia, apenas,
dentro del sueño de alguien que nos ama,
ya vivimos el odio perfecto.

Nadie vacila, como en el amor,
a la hora del odio.

El odio es la sola prueba indudable
de existencia.


            El odio, en el poema, tiene el papel de ser condición y origen de lo grande y lo dorado. Por grande, entiendo: aquello que escapa de toda explicación lógica - racional y que –aún así– se puede pensar y sentir, claro, no desde los paradigmas con los que nos relacionamos con el mundo, más bien, a través del silencio, la ceguera y, toda relación con lo intangible. (Esta definición la sustento a partir de la lectura de la segunda estrofa del poema. ) Por dorado, entiendo: representación de lo grande. (La definición gira en torno a las 4 últimas estrofas del poema.)
            Ya con las definiciones esbozadas –de lo grande y lo dorado–, es momento de analizar las estrofas y cómo éstas apuntan a la definición de lo “grande” y “dorado” que propongo, así como la definición del odio.
            En la primera estrofa (tres primeros versos, en un momento hablaré sobre el cuarto), se afirma que el odio es condición (primer verso) y origen (segundo y tercer verso) de lo “grande” y lo “dorado”. El odio, pues, es posible a partir de lo “dorado”, es decir, de la representación de lo “grande”. Lo “grande”, entonces, está sujeto a una experiencia. La experiencia de lo “grande” debe de representarse para poder reconocerla. Pero, al momento de reconocer esta experiencia, surge la conversión de lo “grande” a lo “dorado”. Por ello, el odio, es condición y origen; es un acto simultaneo, no hay primero y segundo momento, hay fusión de ambos. El odio, entonces, está siendo la posibilidad de representación de lo “grande” a partir de lo “dorado”. Por ello, el cuarto verso de la primera estrofa: “El tiempo es odio”. El tiempo, como toda enunciación, es una noción. La noción es la objetivación –parcial– del acontecer. Por ello, el tiempo, es una estructura elaborada por el hombre que le permite partir de ciertos puntos para poder tener una referencia cronológica de los acontecimientos. En conclusión, en cuanto a la estrofa y al último verso de la misma: el odio –la posibilidad de representar lo “grande” en lo “dorado”– es condición y origen del tiempo.

            La segunda estrofa Lizalde –desde la literalidad– refiere al odio que Dios se tiene a sí mismo. Lo “grande”, Dios y los “infinitos leones azules”, se odian para poder existir. Es la única forma en la que, su majestuosidad, es posible. Sin embargo, desde una lectura sintomal, podemos diagnosticar lo siguiente: Dios y los “infinitos leones azules” no son posibles en sí mismos. Son posibles a partir de alguien que los reconoce; en términos del poema, son posibles a partir de que alguien traduce lo “grande” a lo “dorado”. Es, el traductor, quien odia su oficio. Lo odia, se odia, porque no permite a lo infinito e ilógico permanecer en su ‘naturaleza’. Cómo sí un horror habitara al traductor, nos habitara. Pero, ¿un horror a qué? Al vacío. Un horror al vacío nos habita como traductores de lo “grande”.

            La tercera y cuarta estrofa, entonces, bajo este planteamiento, sugieren que es a partir del odio que se tiene el traductor –producido por el horror al vacío– desde dónde nacen “mundos,/óleos perfectísimos, revoluciones,/tabacos excelentes.”. Lo “dorado” es el producto del traductor. ¿Y el proceso de traducción?: la transformación de lo “grande” a lo “dorado”. Este es posible a partir de que alguien, quien sea, apenas dedique pensamiento a Otro. Porque, el Otro, es “grande” y “dorado”; Lizalde lo plantea así: “Cuando alguien sueña que nos odia, apenas,/dentro del sueño de alguien que nos ama,/ya vivimos el odio perfecto.”.  

            La quinta estrofa, compuesta de dos versos, afirma que el traductor, ante el amor  vacila; mientras que ante el odio, se entrega. ¿Por qué? En primer lugar, definiré lo que el amor está significando en el poema. Sí el odio está siendo la necesidad, producida por el horror, de transformar, colonizar, lo “grande” a lo “dorado”; entonces, el amor está siendo la retención máxima –por parte del traductor– de traducir. Es decir, el amor, es entregarse al horror al vacío. Teniendo ambas definiciones –la del amor y la del odio– concluyo que: los traductores, aferrados a la obsesión de la presencia, aprehensión y entendimiento total de lo “grande”, se dan a sí mismos, un simulacro. (No por ello, todo simulacro es simulacro siempre. Es, el simulacro, necesario para que un traductor pueda acceder a lo “grande”. Pensemos en un traductor que se enfrenta a un oleo perfectísimo. El traductor/espectador se enfrenta al simulacro, pero, es a partir de este enfrentamiento que el traductor tiene acceso a lo “grande” –claro, suponiendo que el traductor/espectador haya apreciado el cuadro más allá de sus dimensiones tangibles; en palabras de W. Benjamin: que el espectador tenga una relación con el aura de la obra –. Como sostuve anteriormente, el odio es condición y origen, de lo “grande” y lo “dorado”.)
           
            Por último, en la sexta estrofa del poema, Lizalde concluye el papel del odio: “El odio es la sola prueba indudable/ de existencia.”. El odio, entonces, es la condición de la existencia, porque, como he planteado en los párrafos anteriores, el proceso y producto de traducción de lo “grande” a lo “dorado”, permite al traductor estar siendo.

Miedo.

2[6]

Y el miedo es una cosa grande como el odio.
El miedo hace existir a la tarántula,
la vuelve cosa digna de respeto,
la embellece en su desgracia,
rasura sus horrores.
Qué sería de la tarántula, pobre,
flor zoológica y triste,
si no pudiera ser ese tremendo
surtidor de miedo,
ese puño cortado
de un simio negro que enloquece de amor.

La tarántula, oh Bécquer,
que vive enamorada
de una tensa magnolia.
Dicen que mata a veces,
que descarga sus iras en conejos dormidos.
            Es cierto.
pero muerde y descarga sus tinturas internas
contra otro,
porque no alcanza a morder sus propios
            miembros,
y le parece que el cuerpo del que pasa,
el que amaría si lo supiera,
es el suyo.

            Al igual que el odio, el papel del miedo en el poema es múltiple. De hecho, los diversos significados se encuentran planteados en la primera estrofa; siendo, la segunda, un ejemplo de cómo el miedo actúa en tanto se asume. Conviene comenzar identificando  el rol del miedo en la primera estrofa.
            Un primer significado del miedo está siendo la capacidad que éste tiene para hacer existir –en este caso, a la tarántula–.  Quien siente miedo, da existencia a aquello que le produce miedo. Aquello que produce miedo, antes de ser productor, es otra cosa. Es decir, el miedo no es en sí. El miedo es un re-nombramiento de algo. ¿Qué es ese algo?: un suceder que, en el encuentro con Otro –con quien siente el miedo–, escapa a la clasificación y conocimiento de quien siente miedo. El miedo es la reacción ante lo desconocido. El miedo es la reacción de un sujeto que se encuentra en un espacio innombrable; podría decirse: la nada. El miedo, entonces, al ser reacción ante la nada, debe de ser clasificado para reconocerlo y suprimir –lo antes posible– la estancia del sujeto en la nada. La consecuencia: el miedo nombra a ese algo; transforma el algo (lo innombrable y desconocido) en existencia. Ese algo, ahora transformado en existencia, en términos del poema: la tarántula; se convierte, incondicionalmente, en una existencia productora de miedo.
            ¿Entonces, qué pasa con ese algo que ahora es un productor de miedo (tarántula)? Al ser nombrada y clasificada, está dispuesta a esta serie de nombramientos y clasificaciones sin poder dar pista de lo que anteriormente era. El miedo impone, clasifica, niega y olvida a ese algo. Todo intento de la tarántula para identificarse como distinto a su ser tarántula, es imposible. Ya que, al querer identificarse –la tarántula–, en términos de quien la nombró como tal, siempre va a nombrarse como lo que no es ese algo. Así mismo con quien siente el miedo. Las preguntas y/o esfuerzos por saber que es la tarántula además de tarántula están sujetas a respuestas predeterminadas porque éstas, al tener que ser enunciadas, requieren de un acotamiento de ese algo eliminándolo y, a su vez, imponiendo los términos y clasificaciones que permiten el nombramiento de la tarántula.
            En la segunda estrofa se enuncia que la tarántula mata mordiendo (la tarántula, al morder, inyecta sus tinturas, un veneno) a Otro ser pensando que aquel a quien muerde es ella misma. La tarántula mata a Otro por la imposibilidad de matarse a sí misma para dejar de ser tarántula y ser, entonces, lo que era antes de ser tarántula: ese algo. Concluyo que, el miedo, en ésta segunda estrofa, produce un aniquilamiento del Otro –por parte del Uno– debido a la imposibilidad de que el Uno se conozca a sí mismo. El Uno conoce lo que le es posible conocer de sí mismo, siempre clasificado, siempre nombrado y encasillado. Pero, el Uno, sabe que más allá de toda clasificación, es otra cosa. Sin embargo, la relación del Uno consigo mismo, se tiene que dar bajo los términos que vuelven al Uno, Uno. Por consiguiente, sí el conocimiento del Uno por sí mismo está mediado; el conocimiento del Otro está doblemente mediado porque, todo juicio que haga el Uno sobre el Otro, será un juicio dispuesto de la apropiación que el Uno hace del Otro. Uno nunca conoce a su propio Otro; mucho menos a otro Otro. La tarántula supone que mata al Otro, sin embargo, mata a su apropiación del Otro. El Otro, sin apropiación, siempre escapó, nunca fue aprehensible para la tarántula. Por ello, la tarántula al matar a su Otro no hace más que matarse. Por otro lado, este acto suicida, le permite a la tarántula saber que ese Otro, no como apropiación suya, continúa y continuará vivo.
            Pensemos, ahora, a la tarántula, al sujeto que la nombra y, a la presa de la tarántula como personas. He allí el impacto de esta reflexión. ¿Sí nunca tenemos acceso al Otro más que por una apropiación, es decir, a partir de un despojo de la individualidad de ese Otro; qué tipo de relaciones humanas y, de todo tipo estamos creando?, ¿más específicamente, qué pasa cuando “amamos” a alguien?, ¿amamos realmente a ese alguien o a nuestra idea de ese alguien?, ¿no es este acto de “amor” lo más egoísta que existe?, ¿qué pasa con los hijos, cómo se da el despojo de su individualidad en el proceso de crianza?. ¿Será el miedo siempre el regidor de nuestras acciones, relaciones, decisiones?, ¿es preferible el miedo –acto de cobardía por excelencia– a enfrentar un nuevo modo de relación con Uno mismo, con lo Otro; que nos enfrente a una aniquilación del culto a la personalidad y, por consiguiente, a una entrega ‘total’ a la nada, es decir, a lo Otro?.

El Otro.

4[7]

Aunque alguien crea que el terror
no es sino el calcetín de la ternura
vuelto del revés,
sus pastos no son esos.
No están ahí los comederos
del terror.

La ternura no existe sino para Onán.
Y nadie es misericordioso
sino consigo mismo.

Nadie es tierno, ni bueno,
ni grandioso en el amor
más que para sus vísceras.
La perra sueña que da su amor al niño,
goza amamantándolo.
Reino es la soledad de todas las ternuras.
Sólo el terror despierta a los amantes.

            El Otro, en el poema, no aparece en la literalidad. El poema tiene que ser desmenuzado sin violentar su estructura para poder percibirlo. Así pues, comenzaré desde ya.
            En la primera estrofa –compuesta por seis versos– se advierte que el terror no es el contrario a la ternura, pensarlo así no resuelve el enigma. Porque, al menos para este poema, la definición por contrarios distrae la pregunta que hay que hacer: ¿qué es, entonces, el terror y la ternura?
            En la segunda estrofa –compuesta de tres versos– pone en duda la existencia de la ternura para Otro, pero no para Uno mismo; por ello, el primer verso que hace referencia al personaje bíblico, Onán, dice: “La ternura no existe sino para Onán”. En este ejemplo, la ternura puede interpretarse como la masturbación de uno mismo. Así mismo, con los siguientes versos, Lizalde plantea el tema de la misericordia. La misericordia se vuelve exclusiva con Uno, porque es Uno quien la otorga, uno quien la ofrece, uno quien la inventa; uno que busca, en tanto Uno, sentirse como tal. Por ello, al otorgar la misericordia a alguien, está siendo un juego de espejos. No se busca la misericordia de alguien, se busca en alguien quien reflejar la misericordia para uno sentirse misericordioso. El Otro tiene el papel –desde el Uno– de espejo.
            En la tercera y última estrofa del poema, esta idea continua arrojando pistas para afirmar lo que la estrofa precedente dicta. La ternura –aún sin definir–, la bondad y el amor –no el amor como lo planteo en el primer apartado del texto; este amor, por la lógica discursiva, señala que se refiere al amor romántico, al que, incluso, se crítica en el primer apartado– , son posibles solamente para Uno. ¿Por qué? Debido a que, sí toda enunciación clasifica al Otro, desde la concepción del suceder de Uno, ese Otro será convertido de Otro a Uno. Inclusive, en los versos tres y cuatro de ésta estrofa, Lizalde ejemplifica la imposibilidad “real” de otorgar amor a Otro –en el caso particular del poema, de la perra hacia su niño–. Los versos dicen: “La perra sueña que da su amor al niño,/goza amamantándolo”. La única manera de que la perra pueda darle el amor, a través del amamanto, es en el sueño. Es decir, es a través de otra realidad que no es la presencial-material. La perra puede amar a su niño, con la condición de que esta relación, perra-niño, se de más allá de las limitaciones a las que están sujetos cuando la perra y el niño se encuentran despiertos. El amor, pues, es posible en el sueño. En otra realidad, en otro entendimiento y planteamiento de existencia.
            Quedando solamente dos versos en el poema, Lizalde inscribe la posibilidad de significación de la ternura y el terror. Acerca de la ternura: “Reino es la soledad de todas las ternuras”. La ternura habita en la soledad. La soledad es el reino dónde la ternura y quien la siente, convergen. Para estar en soledad, no es necesario no tener presente, materialmente hablando, a otro sujeto. Uno pueda estar solo rodeado de otros. La soledad implica un espacio en el que, el solitario, se enfrenta a búsqueda de su ser solitario. Este proceso es único y depende, solamente, de Uno. La ternura, por consiguiente, es el reconocimiento de Uno, por lo tanto del Otro como constructo de Uno. Sí el Otro, entonces, es Otro porque el Uno lo posibilita, surge la pregunta: ¿Sí el Otro es un reflejo de Mi, qué será ese Otro además de mi reflejo? Inmediatamente, en este cuestionamiento productor de incertidumbre, activa el terror. ¿El terror ante qué? A plantear que el Otro que estamos aprehendiendo no solamente está siendo lo que nosotros hacemos que sea. El Otro es desconocimiento. Del Otro ‘nada’ sabemos y, ¿sí nada sabemos, a qué nos enfrentamos? “Sólo el terror despierta a los amantes”, dice el ultimo verso. El terror, despierta a quienes han creído amarse entre sí. Los amantes, en nombre del amor, afirman conocer y amar al Otro; mientras que, bajo este planteamiento, aman a una invención de cada uno de ellos.
            ¿Sí el Otro está siendo un constructo de Uno, cómo relacionarnos con ese Otro que se nos aparece, que nos acontece? Manteniendo la máxima distancia con ese Otro. Pensarlo, en todo momento, distinto, lejano, foráneo, diferente. Sí se pretende entenderlo, igualarlo al Uno, aquel Otro será sometido a un deseo egoísta que pretende encarnar la nada a la que estamos inscritos. No por ello, significa que ese Otro sea totalmente inaccesible para el Uno. No. Sería un mal entendido sostener tal idea. Como dice Lizalde: “La perra sueña […]”. Sí la perra sueña, entonces, el amor, la concepción del Otro es posible en el sueño. Es decir, la apropiación del Otro surge en otra realidad desde dónde se nombró al Otro Otro. Un encuentro de Otros sucede en nuestra estancia en lo material –de allí la posibilidad de soñar– , una fragmentación del Uno, una desintegración de la unidad. Tan Unos y tan Otros, nosotros los hombres, andamos por aquí y por allá aferrados a la falsa ternura; huyendo del terror y, sin embargo, solamente así, podemos darnos cuenta de que, la así llamada “mentira”, no hace más que entrecomillar a la “verdad”.

Por último, pero no por ello el final.

            Estás reflexiones –ahora planteadas desde poemas– están cargadas de múltiples intenciones; todas ellas mías, todas ellas suyas (lectores). Sin embargo, hay una en especial. Esta surge en mis cuestionamientos por el Otro y la relación con éste; ya sea el pasado, el sueño, el inconsciente, el ‘migrante’, el indígena, las amistades, la familia, la mujer. ¿Cómo relacionarnos con lo que nos es ajeno amando –en el sentido de el primer aparto– la diferencia? ¿cómo amar a una mujer más allá de su representación física, de su cuerpo, de lo que podemos y queremos ‘ver’ de ella(s)? ¿cómo establecer un acompañamiento a un ‘migrante’? ¿cómo cegarnos en un mundo regido por el simulacro visual?.
            Tú: una apropiación, un desconocimiento está siendo un reconocimiento de la ignorancia ante los otros. No obstante, teniendo en cuenta el desconocimiento y apropiación de todo acontecer, prefiero esforzarme a ‘ver’ todo aquello que sucede a partir de las sombras para dudar, imaginar y, amar, aquello incierto que las proyecta.

JAGordilloL.

           





[1] Eduardo Lizalde, El tigre en la casa, México, Valparaíso, 1ª ed., 2014, pp. 104. El libro fue publicado, por primera vez, en el año 1970. A partir de esa primera publicación, diversas editoriales han difundido el libro. Sin embargo, por parte de Valparaíso, es la primera edición.  Así mismo, pienso que de ésta primera edición hay que hacer una crítica al texto que prologa el libro. El prólogo fue escrito por Mario Bojórquez –poeta sinaloense–. Compuesto por cinco cuartillas, me centraré en la primera oración –misma que abre el prólogo– y en el último párrafo de la última página. Bojórquez enuncia: “Cuando leemos un poema estamos leyendo toda la poesía universal, este trabajo en colaboración implica al idioma y a la experiencia vital del hombre sobre la tierra”. Eduardo Lizalde, El tigre…, op. cit., p. 9. La afirmación sostiene que el acto de leer un poema –en la actualidad– es acceder a toda producción poética sin importar el tiempo y el espacio. Esta posibilidad de trascendencia, estabilidad y esencia universal, es posible a partir del pensamiento positivista que surge en el siglo XIX. Sin embargo, hoy, el pensamiento ha cambiado. Sobretodo porque, a partir del giro lingüístico de los años 60’s del siglo XX, diversos saberes –entre ellos la Historia– reflexionaron acerca de la posibilidad de conocimiento a través del tiempo y espacio. En éstas reflexiones, el filósofo: Michel Foucault, y el historiador: Michel de Certeau, entre otros, afirman que la esencia, trascendencia y estabilidad no son posibles debido a que todo es contingente, es decir, todo cambia (no por ello todo es relativo). Un ejemplo de ello es la escritura de la Historia en la ‘Edad Media’, principalmente en el siglo XVI (según la periodización que propone Jacques Le Goff) y la escritura de la Historia de hoy en día. Alfonso Mendiola, historiador mexicano, enuncia: “Todo el que se dedicaba a la tarea historiográfica, antes que historiador se reconocía a sí mismo como miembro de otra institución, y era ésta la que definía su identidad en la sociedad. Es decir, los que hacen historia son obispos, conónigos, monjes, clérigos, cortesanos, cancilleres, exsoldados, comerciantes, etcétera, pero nunca historiadores”. Alfonso Mendiola, Bernal Díaz del Castillo: verdad romanesca y verdad historiográfica, México, Universidad Iberoamericana Ciudad de México, 2ª ed., 1ª reimp., 2010, p.91. Hoy en día esta idea de escribir la Historia es imposible. De hecho, la escritura de la Historia como hoy la conocemos es posible solamente desde el siglo XIX. Con estos argumentos enuncio que la poesía universal es un sintagma anacrónico, a-histórico.
De igual manera, Bojórquez afirma: “[…] leemos en ese verso la misma pulsión que gobernó el latido del aeda […]”. Eduardo Lizalde, El tigre…, op. cit., p.13. Como he enunciado, esta afirmación, es imposible. El acto de leer y escribir no es el mismo en la antigua Grecia, que en el Imperio Romano; mucho menos es igual que leer y escribir hoy. La misma problemática sucede con el concepto de “poesía”.
Por último, siendo las últimas 5 palabras del prólogo, Bojórquez enuncia: “[…] la historia del alma humana”. Ibíd. En este caso, habría que rastrear a partir de cuando las palabras “alma” y “humana” son posibles, ya que, éstas son posibles a partir de cierto contexto.
Con estas observaciones, desde la historiografía, invito –en general– a los escritores de literatura actual que se acerquen a las teorías de la Historia y al conocimiento de las historiografías a lo largo de la historia de la lectura y escritura. ¿Por qué? Para darle espacio al pasado y por consiguiente darnos espacio en el presente.
[2]  Acerca de las opiniones de Eduardo Lizalde sobre literatura, su obra, etc. Véase la entrevista que Cristina Pacheco  realiza, en << https://www.youtube.com/watch?v=CoAaZQrZo4k>> citado el 17-08-2014. Así mismo, anexo otro video en el que, Lizalde, lee poesía y habla sobre su oficio ante un público de estudiantes. Consúltense en: << https://www.youtube.com/watch?v=iw6pYTG-HcU>> citado el 17-08-2014.
[3] Una descripción, desde cierta perspectiva, de la presentación; se encuentra en el siguiente link << http://circulodepoesia.com/2014/07/eduardo-lizalde-recibio-homenaje-con-la-nueva-edicion-de-su-libro-el-tigre-en-la-casa/  >>.
[4] Ibídem, p. 26.
[5] Ibídem, p. 39.
[6] Ibídem, p. 40.
[7] Ibídem, p. 43.

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