martes, 16 de septiembre de 2014

El mes de las golondrinas.


16-09-2014.

Las memorias de uno, las memorias del otro I. 

La cultura se compone del diálogo y encuentro entre personas. No obstante, la soledad –la estancia con uno mismo, con los otros de uno– permite la relación entre el suceder desde nuestra apropiación de éste. La soledad permite vivir nuestro acontecer (el del hombre, el de cada uno de nosotros) y el estar siendo del mundo, no como unidades separadas, más bien, como un emplazamiento que conforma nuestra vida. No hay exterior ni interior en la soledad, solamente hay un enfrentamiento de fuerzas que, al impactarse, enriquecen nuestra limitada concepción de lo majestuoso que es el tránsito por la existencia material.
El acompañamiento entre hombres, es decir, el reconocimiento de un “semejante” como diferencia, como mencioné al inicio del párrafo precedente, crea cultura. La platica desborda, en cada persona, el placer por escuchar las vivencias de otro. Apenas un interlocutor enuncia, el oyente reconstruye, siempre distinto, su percepción del otro (interlocutor).

Esta sección del blog está siendo, sustentado en los párrafos anteriores, un espacio en el que mis vivencias –lejos de ser representadas en la escritura–  diarias, “cotidianas” y vulgares son reflexionadas con la intención de vivirlas –ya no presencialmente, más bien, desde otros lugares– diferentes.

El mes de las golondrinas.

            Los encuentros familiares lejos de ser la convivencia entre iguales, se me presentan como un suceder que me produce extrañeza y asombro. Tal vez se deba a la distanciada relación que, desde que tengo memoria, mis padres mantienen con sus familiares. Recuerdo que desde mi niñez las reuniones familiares eran una vez al año, a veces dos. A mi me agradaban. Iba a las casas de mis abuelos y jugaba con mis primos, mis tíos me regalaban cosas, caminaba en las calles de San Cristóbal de las Casas (Chiapas) y, de vez en cuando, les pedía a mis padres algún juguete que los “indígenas” vendían.
            Con el paso de los años, las absurdas disputas familiares, la vida de cada integrante y el desinterés por parte de algunos fueron mermando los encuentros. Aún así, en las reuniones de “toda la familia”, siempre faltaba alguien. Por ejemplo, una prima que al parecer varios sabemos de su existencia y a pocos les interesa. 

            En fin, como mencioné anteriormente, San Cristóbal ha sido el punto de reunión de mi familia tanto como materna como paterna. Allí vive un sesenta por ciento de mis familiares que conozco, quizá más. Parte de ese porcentaje lo integra la familia de la  hermana de mi madre, Guadalupe. Ese pequeño núcleo se compone de Pepe (su esposo), Alejandro (el hijo mayor, mi primo) y Fernando (el hijo menor). Ir a su casa siempre ha sido divertido. Mi tío, por ejemplo, siempre tiene una historia interesante sobre sus vivencias mientras trabajó viajando por todo el estado de Chiapas. Mi primo Fernando, un año menor que yo, me lleva pasear por el centro de la ciudad, bebemos cerveza y casi siempre que sucede  nos metemos en algún problema absurdo. A nosotros nos divierte. O al menos eso parece.
           
            El sábado pasado vi a mis tíos y a Fernando. Llegaron a la casa, comimos juntos. Yo estaba algo crudo, el día anterior había visto a un par de amigos, nos emborrachamos. No quería convivir con nadie, quería dormir.
Después de comer mi tío y yo nos sentamos en la sala. Pasaron a penas dos minutos para que acostara en el sofá. Mi tía nos llevó café y pan de San Cristóbal. (El pan de San Cristóbal, en la sociedad coleta y en mi familia tiene un lugar especial durante el día. Siempre es acompañado de café después de desayunar, después de comer y antes de dormir.) Recuerdo que le pregunté a mi tío el número de municipios que hay en Chiapas. Le hice esa pregunta no porque me importara exactamente el número, simplemente, para iniciar una platica. Pepe comenzó a nombrarlos y hacer sus cuentas. Me contó sobre dos o tres municipios nuevos. Al parecer, son ciento treinta y algo. Al terminar su enumeración le pregunté sobre cuáles eran los municipios más bellos a su juicio. San Cristóbal, Chiapa de Corzo, Ocosingo, etc, respondió. Tras un sorbo a su café y el silencio que se formó entre nosotros, de la nada, mi tío me preguntó, emocionado, sí sabía el suceso de las golondrinas en Ocosingo. Le respondí que no.

-Te voy a contar, dijo mi tío.

-A ver, contesté.

Me acomodé en el sofá de tal forma que estuviera a gusto pero que no me diera sueño. Tenía, a mi lado izquierdo, un ventanal a través del cual podía ver una jacaranda que sembramos con mi madre y mi hermana hace algunos años. Es, hoy, bastante grande. Cada que llego a casa me gusta contemplarla.

-Hace muchos años, antes de que naciera Alejandro (mi primo, su hijo mayor), por ahí del año 1986 u 1987, no recuerdo bien, hubo un evento especial en Ocosingo que duró solamente un mes, no sé cuál. Era enero o febrero. De hecho, salió en todas las noticias locales e inclusive varios extranjeros acudieron a estudiar el fenómeno.

-¿Qué fenómeno?, pregunté.

-Dame chance, dijo.

Reímos, bebimos café y tomamos un pan.

-Me enteré. No recuerdo quién me dijo, pero sabía de lo que sucedía en Ocosingo. Recuerdo que escuché el chisme varias veces. El acontecimiento era la reunión de miles y miles de golondrinas en un rancho de camino a Toniná (ruinas que se encuentran a 30 minutos en coche de la cabecera municipal). Era una parcela, era un terreno muy pequeño donde sucedía. Era, ahora que recuerdo, cerca de una hectárea, tal vez menos. Allí, por alguna extraña razón se juntaron, durante un mes, las golondrinas. Era un espectáculo.
De hecho, hasta los camiones de turismo se estacionaban cerca del rancho para que los turistas pudieran ver a las golondrinas.

-¿Pudiste verlo?, pregunté.

-Claro. Al poco tiempo de enterarme, le dije a tu tía que fuéramos. Ella estaba embarazada. Tenía 6, 7 u 8 meses de embarazo. Nos fuimos en la góndola de una camioneta, lo recuerdo. Ella se sentó arriba de mi para amortiguar el golpeteo.
Al llegar al rancho vimos a mucha gente que estaba preparada para ver a las golondrinas. Inclusive, había familias que hacían campamentos y convivios antes de que las golondrinas llegaran.
Recuerdo que las aves llegaban siempre a la misma hora. A las 5 de la tarde creo. El sol comenzaba a esconderse. ¿Te imaginas?

Tenía cara de asombro, quería seguir escuchando. En ese momento, la cruda se había ido. Mi sueño también.

-¿Solamente pasaba en la tarde? Lo cuestioné.

-Sí. Y a la misma hora. Pero espera, te voy a seguir contando.

-Dame dos segundos, voy al baño, le dije.

Al regresar, tomé otro pan, me senté, bebí un sorbo de café y le dije que estaba listo.

-Buen pues, dijo mi tío. A las cinco de la tarde con tu tía nos acercamos a una pequeña barda de madera que rodeaba el área donde las golondrinas volaban. Era una parcela de zacate. De pronto, detrás de las montañas que rodean el valle de Ocosingo, con el sol escondiéndose, se podía ver la llegada de pequeños grupos de golondrinas. Tardaban 5 minutos antes de llegar a la parcela. Una vez arriba, en el aire, volaban en círculos sobre el zacate. Volaban a unos 300 metros. Al principio se podían distinguir las aves e incluso se podían contar. Poco a poco, más golondrinas se añadían al vuelo circular. De un momento a otro eran miles de golondrinas volando. Se veía una gran mancha negra, similar a una nube cargada de lluvia. Había ruido, pero no lo emitían las golondrinas. El ruido provenía del aire que rompían aquellos cuerpos negros. Era tal la cantidad de aves volando que el circulo que formaron en un principio ahora se transformaba en un cilindro. Era un espectáculo. Un sonido fuerte se escuchó en aquel silencio rasposo. El cilindro tomó forma de cono. Pienso que el sonido lo emitió alguna golondrina para dar la señal. El líder, los líderes, no sé. El movimiento de las golondrinas era majestuoso. Todas en orden, volando hacia la misma dirección formando geometrías en el cielo, en el vacío. La armonía del vuelvo se interrumpió. Como una bala de plomo arrojada del cielo, un ave se dejo caer verticalmente, en caída libre, en medio del cono a toda velocidad hacia el embudo que esta geometría formaba. Tres golondrinas le siguieron. Después, una tras otra, sin parar, repetían el acto. Parecía una cascada. Una vez abajo, después de descender a toda velocidad, las golondrinas permanecían en las plantaciones de zacate, en silencio. Tras media hora, o más, el cono iba reduciéndose lentamente. Sin embargo, no había fin. No había, igual que en el inicio, una primera golondrina. Todo se esfumaba, de repente, como si nada hubiese pasado.
           
-¿Por qué solamente duró un mes, qué pasó? Pregunté.

Estaba consternado. Mi asombro me desbordaba. Sentí ganas de llorar. El acontecimiento, lejos de terminar, a partir de ese momento, re-nacía en mi imaginación.

-Pues, ahí viene lo extraño, dijo mi tío. Este evento duró un mes. Todos los días sucedía. Como te había dicho, la gente no sabía por qué. Científicos llegaron a hacer estudios y dijeron que no había explicación. La única razón es que allí se había formado un ecosistema ideal, ni siquiera ellos lo pudieron afirmar. La gente decía muchas cosas. Unos, por ejemplo, que era un lugar bendito. Otros dijeron que allí era un lugar milenario y eran los dioses mayas los que mandaron a las aves para dar alguna señal. Todas las versiones se dijeron.

-¿Tú qué crees que haya sido? ¿qué pasó con el rancho? Insistí.

-No sé. No podría decir nada. Solamente pasó y era hermoso. Acerca del rancho…

Se produjo un silencio. Mi tío acabó su café. El aire movía las ramas de la jacaranda. Empezaba a hacer frío y el cielo se nublaba.

-Lo quemaron, dijo.

-¡No me jodas! Exclamé.

-Dicen, no sé, ya no me enteré bien del asunto, que un sujeto incendió la parcela. A partir de allí ninguna golondrina se volvió ver por allí, volando, incomprensible.

La platica había terminado. Mi tía, que platicaba con mi madre en el comedor, volteó y dijo que había sido un gran momento. Mi madre, que acudió por su parte, lo recordó y mencionó que fue hermoso. Los tres, madre, tío y tía, me dijeron que mi abuelo –el padre de mi madre– tenía fotografías de aquel evento. Mi primo, que se ingresaba a la sala dijo que había visto las fotos, que se veía increíble. Pensé en lo maravilloso del acontecimiento. Para mi también había sido hermoso. Para mí está siendo hermoso.

            Diez minutos después, decidimos ir a la feria de San Pedro Cholula (Puebla). Me puse ropa, estaba en pijama. Llegamos a la plaza de armas, estacionamos el automóvil y caminamos entre los puestos. Recordé mi infancia, mis recorridos en el atrio de Santo Domino (San Cristóbal) y el tianguis que hay allí. Tras andar por ahí un buen rato, entre artesanías, comida, olor a carbón y música local, decidí irme. Iba a una fiesta. Se celebraba la visita de un amigo que recientemente se había trasladado a Monterrey. La fiesta era en Atlixco, un municipio que compone la zona metropolitana de Puebla. Me despedí de mis tíos, mi madre, mi hermana y mi primo. Caminé solo por las calles de Cholula. Pensaba en las golondrinas, en las ferias.
 Elvia, la mamá de Manuel, mi amigo con quien iba ir a la fiesta, me encontró y me dio aventón a su casa. Llegando a su hogar, saludé a Manuel y su hermano, Jesús. Platicamos 5 minutos antes de emprender el viaje a Atlixco, que, por cierto, dura aproximadamente 40 minutos en la utopista. Una vez encaminados, a mitad de camino, decidí contarle la anécdota que mi tío me había platicado. Comencé la narración. Manuel, al igual que yo, estuvo en silencio, asombrado. Al terminar la historia se produjo un silencio. Era de noche y llovía. La autopista tenía como paisaje algunas montañas y nubes muy negras. Encendí un cigarro y, por un momento, imaginé que las nubes eran las golondrinas y la lluvia el silencio rasposo que producía su vuelo.

            El mes de las golondrinas. ¿Enero, febrero? No sé, no importa. Hoy, ahora, afectado por la historia, por la vivencia del acontecimiento narrada por mis familiares, cada vez que veo al cielo, en silencio, recuerdo a las golondrinas y el plantío quemado. Es curioso como la ceniza de aquel campo que alguna vez fue escenario de tan bello acontecer se haya reducido en cenizas y sea, a su vez, esas cenizas las que permitan el recuerdo de las golondrinas, de lo majestuoso.
           


JAGordilloL.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Colegios y Universidades jesuitas: de lo performativo al acontecimiento.


Este texto fue ganador -del segundo lugar- del concurso de reseñas 2014 que el proyecto: "1814-2014 Construcción de una identidad. La Compañía de Jesús ante su restauración"; organizó para la divulgación de investigaciones sobre el tema.  

Colegios y Universidades jesuitas: de lo performativo al acontecimiento.

Datos de la obra:

De los colegios a las universidades: los jesuitas en el ámbito de la educación superior, Paolo Bianchini, Perla Chinchilla Pawling, Antonella Romano, coords. México, D.F., Universidad Iberoamericana, 2013, pp.390.

Introducción.

“La escritura sólo habla del pasado para enterrarlo. Es una tumba en doble sentido, ya que con el mismo texto honra y elimina.” [1]

Los colegios y las universidades han sido para la historia de la Compañía de Jesús un conjunto de lugares en los que, a través del tiempo y con espacios diversos, han servido para su confrontación como orden religiosa; para pensar su relación con el exterior y su quehacer en el mundo. En el presente año, 2014, la universidad continua siendo el espacio donde la Compañía puede aprehenderse desde distintos saberes para lograr una reflexión profunda de su continua (re)construcción. Un ejemplo de ello es la celebración del bicentenario de la restauración de la Compañía de Jesús.[2] La celebración de este suceso ha congregado a diversas universidades del mundo para reflexionar, divulgar e investigar las posibilidades y consecuencias de dicha supresión y restauración. Los productos que han salido de estas actividades de re-conocimiento, como el caso del libro que reseño, nos permiten –sujetos a una comunicación dispuesta por códigos culturales– a los interesados en el tema la oportunidad de vivir el acontecimiento de la supresión y restauración en el camino de su porvenir.

De los colegios a las universidades se presenta así misma como una investigación que se esfuerza en explicar las posibilidades que las instituciones educativas tuvieron para ser el soporte en el que la Compañía de Jesús pudiera establecer su identidad. El libro[3] se divide en dos partes: la primera, compuesta de cinco capítulos que refiere a la educación en el  “antiguo régimen” (antes de la supresión, es decir, desde el nacimiento de la orden, 1540 d.C. hasta 1773 d.C.), sus características ante la Europa de la época y su presencia en el Nuevo Mundo. La segunda parte esboza la inserción de la Compañía después de su supresión, y dos casos particulares de colegios en América. No limitándose a solamente las dos secciones, en el apéndice del libro se aborda, en breve, pero no por ello menor, un recorrido histórico por las universidades de la Compañía en América Latina y la importancia que estas han tenido en sus diferentes contextos.
Antes de abarcar el resumen de los capítulos pienso que es pertinente aclarar, aunque sea genéricamente, lo que se está entendiendo por universidad y colegio. 

Por colegio se entiende:

 “[…] lugares de formación intelectual, susceptibles de atraer en cada ciclo de humanidades y artes a muchos miles de estudiantes aunque en los ciclos superiores de filosofía y de teología el número disminuía. […] [En cuanto a su construcción eran] estructuras arquitectónicas de gran talla, las cuales continuaron componiendo el paisaje de las ciudades occidentales […] [En cuanto al lazo social] el colegio jesuita no se limita a alberga funciones de tipo escolar. […] la biblioteca y el observatorio son dos lugares que señalan al colegio como uno de los principales espacios de la sociabilidad intelectual, al menos hasta el siglo de la Ilustración”.[4]

Por universidad se entiende:

“[…] la universidad […] era […] una figurada jurídica, que permitía a los cursantes optar por los grados.
En la medida en que una universidad real gozaba de patrimonio y lo administraba, solía tener sede propia, con aulas docentes, salas “de claustro”, donde los doctores congregados trataban asuntos comunes, y aulas “generales”, donde se impartían al menos los grados menores; tal vez también biblioteca  y capilla particular”.[5]

Teniendo como base ambas definiciones servirán como referencia a partir de ya.

El primer capítulo del libro se titula: “Los jesuitas en la formación educativa e intelectual del mundo moderno: génesis y estructura de los colegios (1540-1650)”[6].  Correspondiendo al titulo, Antonella Romano estructura su texto en dos momentos: la posibilidad que tuvo la Compañía para emerger, y la construcción de un modelo educativo riguroso. La autora presenta brevemente como el nacimiento de la orden estuvo inscrita en un momento en el que Europa vivía una crisis en la cual, tanto la Iglesia como el conocimiento fueron fuertemente puestos en duda. Esta situación permitió el crecimiento exponencial de la Compañía tuviera grandes alcances tanto geográficos como ideológicos. Por ello, en cada sitio donde los jesuitas llegaban procuraban fundar un colegio o establecimiento donde se impartiera la educación. Estos lugares servían, en un principio, para formar a las nuevas generaciones de futuros jesuitas. Sin embargo, la fuerte demanda de las clases dominantes y letradas de la época provocó que la Compañía abriera sus puertas al público laico con el interés de recibir una formación. La expansión y demanda provocó que en 1599 d.C., escrita por varios autores, se publicara la “Ratio Studiorum”: “[…] plan de estudios basado en la idea de camino intelectual, en el que la culminación era teología, ciencia soberana y cúspide de un sistema de valores selectivo y jerarquizado  […]".[7] El reglamento regulaba la enseñanza y el papel de cada integrante de los colegios jesuitas en todo el mundo. Con esta base, los jesuitas homogenizaron, en medida de lo posible, las enseñanzas en sus espacios educativos. La Compañía adaptó, gracias a este plan, lo particular a lo universal.

Los jesuitas, gracias a su gran organización, se expandieron rápidamente a lo largo de Europa de los siglos XVI, XVII y XVIII. Había colectivos políticos, eclesiales e intelectuales que no estaban de acuerdo con este crecimiento e influencia. El segundo capítulo del libro: “Los colegios jesuitas y la competencia educativa e intelectual del mundo católico entre el fin del Antiguo Régimen y la restauración”[8] expone como el antijesuitismo se manifestó, en especifico, hacia el siglo XVIII en Europa. La intolerancia fue tan aguda que, a partir de este estudio, se puede ver el proceso que llevó al Papa a tener que suprimir a la orden.
En materia de la educación, la Ratio Studiorum había sido un éxito. Ya que, con este orden, la educación jesuita llegó a tener la misma importancia que las universidades de la época. Incluso, entre ambos espacios, el intercambio de docentes, investigadores y conocimientos era normal. Aunque las Humanidades eran la especialidad de los jesuitas, las ciencias llamadas “exactas” también fueron sólidamente estudiadas. Razón por la cual la Iglesia tuvo problemas con la orden. Sumando a este inconveniente, la orden tuvo dificultades con la reestructura que tenían la mayoría de Estados europeos en el siglo XVII y XVIII; ya que el Estado comenzó a tener intereses por formar, con sus ideales, a los ciudadanos. La educación religiosa, en general, mermó. A partir de esta separación Iglesia-Estado se concibió a la Iglesia como formadores de buenos cristianos, mientras que al Estado –en cuanto a la educación– se le consideraba como la institución que moldeaba buenos ciudadanos. El momento que tuvo más fuerza en cuanto a esta dislocación fue a partir de que los reinos borbónicos controlaron algunos de los reinos en Europa dando pie a la supresión de la Compañía de Jesús.
Tras la supresión, la pedagogía jesuita cambió radicalmente:

“[…] basándose en la obediencia y en el respeto de las normas que habían regulado el tradicional funcionamiento de la sociedad, los exjesuitas alcanzaron una cuarta tipología de deberes. Además de los deberes hacia Dios, hacia el hombre y hacia uno mismo, comunes a toda la literatura educativa contemporánea, establecieron la obligación de obedecer a la autoridad, ya fuera laica o religiosa”.[9]

Adaptada la Compañía a las necesidades de la época, el sistema político europeo decidió devolverle su lugar en la Iglesia y acentuarlo en las Academias.

Restaurada la Compañía después de su ‘ausencia’ en Europa se dio cuenta de los grandes cambios que habían sucedido tanto en el viejo continente como en el Nuevo Mundo. El tercer capítulo: "Jesuitas y universidades en el Nuevo Mundo: conflictos logros y fracasos”, Enrique González González, con una gran lucidez, esboza cómo los jesuitas tuvieron que enfrentarse, especialmente en el campo educativo, a los regímenes del Nuevo Mundo.
En cuanto la universidad y el Nuevo Mundo, dice González: “[…] se vio a las universidades como instrumentos con el fin de formar a los hijos de españoles para el ministerio del culto y los cargos medios del gobierno secular”.[10] Aún siendo una institución necesaria para la formación política del Nuevo Mundo, las universidades tenían una gran desventaja: la distancia de la Corona (Europa) e Iglesia (Roma). El gran problema para que una universidad fuera autónoma era el conseguir todas los permisos y constancias del aparato político y de la Iglesia. Aún con esta situación, algunas universidades pudieron ejercer y recibir a varios alumnos.

La Compañía de Jesús, al tener una gran actividad en el campo académico, la revolución de la imprenta impactó de gran manera en sus métodos de enseñanza así como en su difusión en el mundo. El capítulo IV: “El papel de las bibliotecas jesuíticas en la fundación de la cultura moderna” de José del Rey Fajardo S.J. expone como las bibliotecas y toda la lógica que hubo alrededor de ellas permitió, a los jesuitas, establecerse entre los grandes productores de libros de la ‘modernidad’[11]. Una minuciosa investigación a lo largo de la historia de los colegios  y universidades jesuitas lleva al autor a escoger algunos de los casos más representativos donde las bibliotecas tuvieron gran importancia para la Compañía. Por ejemplo, el caso de la biblioteca Javeriana es analizado rigurosamente exponiendo la lógica que esta tenía consigo para poder funcionar. Así mismo, al analizar la lógica de la biblioteca se pueden observar los saberes que, en ese entonces, predominaban  al conocimiento académico.

La cultura del libro y la biblioteca atravesó las aportaciones de la Compañía de Jesús en su conformación intelectual. El capítulo V: “Los jesuitas y la República de las Letras: el desencanto del mundo”, Antonio Trampus recorre una breve historia sobre como los jesuitas consolidaron su formación intelectual.
Tras la supresión en el siglo XVIII, una gran sección de la comunidad exjesuita formó parte del circulo intelectual europeo. Antonio Trampus hace una lograda diferenciación de lo que significaba ser intelectual en el Antiguo régimen así como en el Nuevo. En este ultimo, la opinión jesuita difundida por los medios de comunicación de aquel entonces, se volvió cotizada y daba pie a diversas discusiones con otros gremios intelectuales como por ejemplo los masones.
El siglo XVII y XVIII para los jesuitas fue un momento en el cual escribían acerca de los viajes que las sus misiones por todo el mundo. Esta literatura fue un éxito debido que a  los lectores les gustaba las crónicas, los mitos ‘salvajes’, y en general las culturas que había en el Nuevo Mundo.

La segunda parte del libro abarca tres capítulos: “Los colegios jesuitas en la América del siglo XIX. Tradición, continuidad y rupturas” (Francisco Javier Gómez Díez), “Más allá del tiempo: el colegio jesuita de San José de Manila (siglos XVI-XX) [Josep María Delgado y Alexandre Coello de la Rosa] y “Ausencia y presencia de colegios jesuitas en la educación superior en México: San Ildefonso y San Gregorio (1800-1856) [Rosalina Ríos Zúñiga]. En los capítulos mencionado el eje está siendo la adaptación de la Compañía al Nuevo Mundo que, en ese entonces, era visto como el lugar donde se tenía la oportunidad de crear la utopía europea. Sin embargo, con el paso del tiempo y la diferencia de dinámicas en torno al contexto americano pronto provocó que los lineamientos, hasta ese entonces considerados universales, cambiarán para buscar una estabilización y permanencia de los jesuitas, en general, en el mundo. Los dos últimos capítulos de la segunda parte tratan en especifico de instituciones educativas en América y como se desarrolló allí el proceso de re-organización de la Compañía.
A partir de la reorganización que tuvo lugar en el territorio que hoy conocemos como América Latina, se lograron fundar, a lo largo del siglo XX, más de veinte universidades de la Compañía de Jesús. Cada una tiene su propia historia y relación con su contexto. Sin embargo, hay características que buscan mantener la correspondencia entre sí. Entre ellas están las investigaciones científicas, el intercambio académico, la competencia deportiva, la formación y acompañamiento espiritual y cierto entendimiento del lazo social. Este conjunto de objetivos han logrado cohesionar, dentro de lo posible, a la Compañía de Jesús a partir de la educación.

La estructura y contenido del libro es amable ya que permite, al lector aficionado y al profesional, poder seleccionar los ensayos; ya sean de una investigación completa y general como es la primera parte el libro, ya sean investigaciones muy especificas y con un lenguaje más académico, como lo es la segunda parte del libro.Ya sea por interés general y/o especifico, este libro es la opción para quien quiera ingresar –al gran universo que compone– la relación entre la Compañía y la educación.

De lo performativo al acontecimiento.

Este apartado es un esfuerzo de ligar el libro y su reseña a un par de nociones que nos permiten pensar distinto el acontecimiento que los capítulos del libro refieren: la construcción de una identidad.
Entendamos la identidad como el proceso que una unidad (ya sea social y/o individual) trabaja para volver pensable, aprehensible e interpretable la Realidad. Este proceso es igual a movimiento. ¿Por qué? Por un principio sencillo: toda elección de lo que sea requiere de una discriminación. Es decir, construir una identidad es un proceso infinito que en su deseo de llegar a establecer Una identidad, solamente afirma la imposibilidad de hacerlo. Sin embargo, el diagnóstico no cesa de mostrarnos los síntomas del deseo de totalidad y uniformidad, mismas que llevarán a la creencia e invención de la identidad, en este caso: la identidad de la Compañía de Jesús. Un ejemplo es la creación y ejecución de la Ratio Studiorum. Este documento del siglo XVI, como mencioné anteriormente buscó la homogenización de la educación y de todo agente activo (profesor, alumno, etc.) en base a un principio acordado. Es decir, la Ratio Studiorum es un acto performativo, un acto dispuesto, planeado, programable. Sin embargo, hay sitios donde la Ratio no penetró ni pudo, en su momento, siquiera servir de algo. Ese momento sucede en el siguiente quiebre entre los siglos XVIII y XIX:

“La diversidad entre los países dificultó establecer el mismo tipo de colegio en todas partes; la nueva realidad política enfrentó a los jesuitas con el anticlericalismo y, al mismo tiempo, con el control excesivo que los Estado pretendían ejercer sorbe toda actividad educativa; las nuevas demandas arrinconaron la antigua cultura humanística y plantearon la necesidad de una educación con nuevos contenidos que se acomodara a dominio de la técnica y, por lo tanto, en la medida en la que los jesuitas intentaran mantener el viejo sistema, centrado en la filosofía y, en principio, impartido en latín, el choque con los padres de familia sería inevitable”.[12]

La diversidad, lo Otro, la diferencia, lo intangible. Esas son las barreras de lo performativo. De lo que la educación, en momentos del Antiguo Régimen, quería lograr: un saber universal que erradicara toda diferencia. Sin embargo, el residuo de este discurso universal se presentó como resistencia al deseo de lo homogéneo con el acontecimiento: “El acontecimiento debe no sólo sorprender al modo constatativo y proposicional del lenguaje del saber […] sino que ni siquiera debe dejarse regir por el speech act performativo de un sujeto.”[13]Por ejemplo, en materia de educación de la Compañía: se puede notar, a lo largo del libro, como fue que el “descubrimiento” del Nuevo Mundo y la necesidades particulares de cada provincia de la Compañía requerían un trato especial, lo que resultaría hacer a un lado los planteamientos universales que se pensó podían regir todo el mundo, para adaptar lo universal a lo particular.
El síntoma, en un principio totalizador, se convierte en una necesidad de entendimiento del Otro sin querer ‘conquistarlo’ totalmente como en un pasado. El síntoma ahora es una pasión por querer entender al Otro. Una especie de posesión que a su vez mantiene a distancia. Este proceso se dio en su momento en la universidad. No obstante,  el acontecimiento, siempre entre el residuo, re-construye a lo performativo en silencio.
De aquí que la identidad de la Compañía de Jesús sea un proceso de des(cons)trucción, siempre atravesada por el acontecimiento.



JAGordilloL.


[1] Michel de Certeau, “La operación historiográfica”, en Michel de Certeau, La escritura de la historia, México, UIA,  1993, p. 85.
[2] La supresión oficial fue anunciada en el año 1773 por papa Clemente XIV. La restauración oficial ocurrió en el año 1814 por el papa Pío VII.
[3] En el siguiente link:  << http://www.restauracionsj.ibero.mx/?page_id=2630 >> se puede apreciar el recorrido académico de cada autor que colaboró en este libro.
[4] Antonella Romano, Los jesuitas en la formación educativa e intelectual del mundo moderno: génesis y estructura de los colegios (1540-1650), trad. Norma Durán, en “De los colegios a las universidad: los jesuitas en el ámbito de la educación superior”, Paolo Bianchini, Perla Chinchilla Pawling, Antonella Romano, coords. México, D.F. Universidad iberoamericana Ciudad de México, 2013, p.50-51.
[5] Ibidem. p. 101.
[6] Antonella Romano, Los jesuitas en la. op. cit. pp. 27-54. Apropósito de este capitulo; noté en mi lectura que constantemente la autora menciona el concepto de “dispositivo intelectual” sin definirlo concretamente. Una reciente investigación del psicoanalista Néstor A. Braunstein aborda  este concepto aclarando las imprecisiones del mismo. Remito a su obra: Nestor A. Braunstein, El inconsciente, la técnica y el discurso capitalista, México, Siglo XXI, 2011, pp.194.
[7] Antonella Romano, Los jesuitas en la, op. cit. p.38
[8]Paolo Bianchini, Los colegios jesuitas y la competencia educativa en el mundo católico entre el fin del Antiguo Régimen y la restauración, trad. Marlene Lelo de Larrea. En: “De los colegios a las universidad: los jesuitas en el ámbito de la educación superior”, Paolo Bianchini, Perla Chinchilla Pawling, Antonella Romano, coords. México, D.F. Universidad iberoamericana Ciudad de México, 2013, p. 57-93.

[9] Ibdiem. p.89.
[10] Enrique Gonzáles González, Jesuitas y universidades. op.cit. p. 113.
[11] El concepto ‘modernidad’ no es definido por el autor. Aún con esta ausencia, a lo largo del texto y revisando su estructura, se podría decir que se refiere a la época en la que la industria y por consiguiente su producción comienza a dispersarse por Europa entre los siglos XVI al XVIII.
[12]Francisco Javier Gómez Díez, Los colegios jesuitas en la América del siglo XIX. Tradición, continuidad y rupturas. En: “De los colegios a las universidad: los jesuitas en el ámbito de la educación superior”, Paolo Bianchini, Perla Chinchilla Pawling, Antonella Romano, coords. México, D.F. Universidad iberoamericana Ciudad de México, 2013, p. 203-239.
[13] Jacques Derrida, “Universidad sin condición”, trad. Cristina de Peretti y Paco Vidarte, Madrid, Trotta, 2ª ed., 2010, p. 71.