26, 27 y 28 de
marzo del 2014.
Entendiendo el saber de la Historia.
“[…]
Me dijeron que ya no hay islas desconocidas, y que, incluso habiéndolas, no
iban a dejar el sosiego de sus lares y la buena vida de los barcos de línea
para meterse en aventuras oceánicas a la búsqueda de un imposible, como si
todavía estuviéramos en el tiempo del mar tenebroso, Y tú que les respondiste,
Que el mar es siempre tenebroso […]”. [1]
Lugar y producto.
Las
intenciones e ideas de un texto habitan en el autor, sin embargo, al trazar las
grafías, se depositan en espacios virtuales y/o físicos posibilitando a los
lectores -incluyendo al autor mismo- diversas interpretaciones y significados
bajo el sentido que trae consigo el texto, abriendo el vector del sentido,
desde un origen, al porvenir. Bajo este entendimiento de producción, abordaré
la constante construcción del saber histórico a lo largo del tiempo[2],
así mismo propondré desde mi postura que la escritura de la historia, además de
estar siendo heterología se compone también de una espectrografía.
Serán seis los apartados en el que
dividiré el texto: a) La distinción entre teoría de la historia,
historiografía, historia y filosofía de la historia, b) la noción de realidad,
cuatro de sus posturas y la condición de posibilidad que estas producen, c) la
aportación del pensamiento de Michel Foucault en el saber histórico desde su
obra “Las Palabras y las Cosas”, d) las propuestas de Michel de Certeau sobre cómo pensar lo Otro, y por último e) la
escritura de la historia como una experiencia espectrográfica.
Diferenciando: la (im)posibilidad de la
identidad.
El
hecho que la historia sea definida, en un primer momento, como un saber,
responde a la necesidad de limitar, clasificar y volver pensable a una
operación[3]
que se esfuerza en reconocer al Otro. Para que sea posible la identidad es
necesaria la diferencia:
“[…]pensemos el abecedario completo como una estructura
compuesta de 27 letras que, combinándolas de acuerdo con leyes que se esfuerzan
en darle sentido, ofrecen significado a las letras y palabras. Para reconocer
que A es A debe de haber una diferencia con la cual podamos dar cuenta que A no
es otra cosa. Es, a partir de la existencia de B, C, D, etc. que A tiene
identidad. Ya que, en sí misma, sería imposible conocerla como tal. Este
reconocimiento de A incluye que A deje de pensarse como la Única letra del
abecedario porque es el resto de las palabras, lo que la hacen ser
distinguible. En tanto A se sabe A por la diferencia, reconoce lo Otro, en este
caso, la B, etc. Sin embargo B no se limita a la visión que hace A al reconocer
a B. Ya que B se ve desde la perspectiva de A. Si se ve desde la perspectiva C,
no es igual. Todas las letras son contingentes porque es la diferencia entre
ellas lo que les da identidad, no obstante, la identidad será concebida
distinta dependiendo desde la letra que se quiera ver. Todas
ellas, las palabras, están abiertas y no con un significado Único pero si con
un significante que es lo que les otorga el sentido. Pero hay que advertir lo siguiente:
que las letras estén abiertas sean vistas y entendidas distintas por cada letra
que ve a Otra no significa que entonces, su identidad es subjetiva. Las letras
están dentro de una estructura y es eso, la estructura misma que las contiene y
las vuelve posibles, lo que permea las aperturas con los limites que le sean
inherentes al abecedario.”[4]
Partiendo
de esta postura de diferenciación e identidad, definiré los siguientes
“conceptos”:
a)
Historia:
ciencia que estudia el pasado.
b) Filosofía de la historia: Reflexión, a
partir de posturas filosóficas, de la historia y del hombre de la historia.
c) Historiografía: Formas de escribir la
historia.
d) Teoría de la historia: reflexión, a
partir del mismo saber histórico, sobre las formas en que ocurre el conocimiento
histórico.
La Historia se conforma como saber –reconocido por
la institución académica- a partir de finales del siglo XVIII e inicios del
XIX. El origen de la Historia está afiliado con los criterios de validez
científico. Se pretendía dar cuenta del pasado a partir del estudio “objetivo”
y tangible sobre un acontecimiento[5]
sustituyendo la ausencia del pasado por un libro de historia. La metodología
empleada sugiere una discriminación de fuentes para dar, a partir de una
selección de documentos, la narración que asegure “totalmente” el pasado.
Acerca de la producción de textos históricos, su composición estructural niega
y/o ignora el lugar, el espacio (institución), desde donde se produjo el
conocimiento, pensando y afirmando que el veredicto de la investigación es Uno
eliminando, al parecer, un posible aporte al futuro. Partir de la limitación:
Uno, sugiere la creación de conceptos universales y homogéneos que hagan
posible el conocimiento. Las dificultades para pensar lo distinto surgen a
partir del entendimiento de estos conceptos universales como únicos, estables y
ajenos al cambio de las epistemologías de los espacios.
Antes de la reflexión de la historia
por el propio saber, no por eso excluyente de referencias filosóficas y de
otros saberes, era la filosofía la que discutía, cuestionaba a la historia y al
hombre dentro de este concepto pensando al tiempo como una composición lineal
compuesta por periodos que, a través de la evolución del hombre[6],
va perfeccionando su conocimiento llegando a la verdad[7].
Al no bastarse a sí misma la historia, su prótesis argumentativa estaba
compuesta por argumentos filosóficos.
La historiografía está siendo, a la
vez medio y “fin” que vislumbra las dos afirmaciones anteriores. La escritura
de la historia a lo largo del tiempo y los lugares de producción de los textos,
ambos conforman a la historiografía. Las reflexiones anteriores sobre los
conceptos de historia y filosofía de la historia son posibles pensarlos a
partir del giro historiográfico[8]
y el giro lingüístico de los años sesenta del siglo XX. En este momento y
especialmente en el contexto de la academia francesa la historia como saber
empieza a pensarse a sí misma dando pie a la teoría de la historia que será la
que reflexione sobre como se construye, disuelve, aparece y acontece el
conocimiento histórico. Es, leyendo y escribiendo los libros de historia como
se está formando la teoría. La práctica sucede a la teorización y
cuestionamiento sobre la propia lectura y escritura. La toma de conciencia del
quehacer del historiador ha permitido sugerir una historiografía que se
presenta como la operación de devolver las ideas y conceptos a su lugar de
producción entendiéndose contingente y sujeta al cambio.[9]
La relación de la técnica y la pulsión de muerte[10],
en sus diversas manifestaciones, atraviesa en la escritura, sus criterios de
veracidad y la institución que lo válida. Teniendo conciencia de ambos
aconteceres: pulsión y técnica, el lugar social de producción y reflexión está
dispuesta por ellas. La historiografía a partir de la teoría de la historia
trabaja en dar cuenta sobre como ello afecta a la producción y la relación con
lo Otro, con el pasado, con el rastro de lo que fue y en algún lugar sigue
siendo, con el pasado, con aquello que le permite pensarse, con el espectro.
Las diferencias enunciadas suceden
bajo el mismo concepto: Historia. Ya sea la conformación de la historia como
ciencia, como objeto de reflexión de la filosofía y de la misma historia, todo
indica, al parecer, la búsqueda y creación de un sentido: entenderse Otro para con el
Otro en y a través de la escritura y lectura de la historia; sobre lo que nos
permite distinción e identidad, sobre lo que nos conforma, sobre lo que, con la
escritura, tensa la relación entre lo Uno y lo Otro retrasando el placer y el
deseo produciendo un goce que nos mantendrá en las resonancias del propio
saber: entenderse Otro.
Realidad: una noción.
Antes de iniciar con la explicación
sobre el papel de la realidad entorno a la ciencia, hay que plantear la
pregunta que está inscrita en el título de este apartado: ¿por qué entender a
la palabra realidad como una noción y no un concepto?, ¿cuáles son las
implicaciones de esta propuesta?.
“No tenemos un concepto, sólo una
impresión, una serie de impresiones asociadas a una palabra. Opongo aquí el
rigor del concepto a lo vago o a la imprecisión abierta, a la relativa
indeterminación de una noción semejante. […] Tenemos solamente una
impresión, una impresión insistente a través del sentimiento inestable de una
figura móvil, de un esquema o de un proceso infinito o indefinido.
Contrariamente lo que un filósofo o un sabio clásicos estarían tentados de
hacer, no considero esta impresión, ni la noción de esta impresión, como un
sub-concepto, como la invalidez de un pre-saber borroso y subjetivo, abocado a
no sé qué pecado de nominalismo, sino que, […] la considero como la posibilidad
y como el porvenir mismo del concepto, como el concepto mismo del porvenir, […]
hay razones esenciales por las cuales un concepto en formación permanece
siempre inadecuado a lo que debería ser, dividido, disjunto entre dos fuerzas”.
[11]
Bajo ésta enunciación de Jacques
Derrida, se verá, conforme avance en la
explicación de la realidad, como el sintagma verdad no es la excepción. Las cuatro nociones de realidad serán:
a)realismo fuerte, b)relativismo, c)realismo crítico y d) constructivismo.
a) El realismo fuerte se basa en el
pensamiento aristotélico y en la concepción de la ontología (“todo” tiene
esencia propia). El hecho de que la realidad sea ontológica supone que la
realidad existe independientemente de quien la perciba. Es decir, la realidad
existe en sí misma, agentes externos e internos no determinan su existencia. Si
existe en sí la realidad, el realismo fuerte se enfoca en el conocimiento
objetivo de la realidad. Se piensa que puede conocerse, a través de métodos
universales e inamovibles, como la realidad, llegar a La Verdad.[12]
b) El relativismo parte de las múltiples
concepciones de la realidad sin tener, como centro, alguna de ellas. Depende de
quien percibe la realidad, esta se construye.
La validez es un caos, no hay punto fijo, no hay limites, la
comunicación entre hombres se extingue en la incomprensión del Uno y del Otro,
la brújula es para uno solo y el camino, en el que se encuentra con el resto,
está lleno de obstáculo que producen la incomprensión, el sin sentido.
c) El realismo crítico tiene como nervio
de su estructura el límite. Es creadora de fronteras, de altos, espacios en los
que bajo ciertos principios y validaciones morales y científicas, contienen el
conocimiento. La crítica representa los limites, el colectivo se asegura que,
para erradicar el relativismo o al menos para contenerlo, las enunciaciones y/o
interpretaciones de lo que se estudie estén alineadas con los sus principios.
d) El constructivismo enuncia que no
existe la realidad independiente de quien la percibe. La existencia en sí no es
posible, debe de haber alguien que de cuenta de la posibilidad de su
existencia, sin embargo, quien brinda esta condición están a la vez
condicionados por un espacio y una historicidad que dispone las
posibilidades de conocimiento.[13] Pensar de esta forma a la realidad requiere
de una conciencia del presente desde donde se enuncien los criterios de
validación sobre los saberes. El pasado entonces, está siendo en una continua
construcción, ya que pensarlo requiere estudiar y, en medida de lo posible,
reconstruir las estructuras que dispusieron las posibilidades de reflexión y
práctica de los saberes.
Las cuatro posibilidades, enunciadas en el texto,
para pensar la realidad demuestran y afirman la propuesta que el título
propone. Moldear el sintagma “concepto”, a partir de una lectura atenta
a las distintos significados que el contexto dispone posibilita, que el
sintagma se constituya como noción abierta, en todos sus ejes de
sentido, a diversas interpretaciones.
Michel Foucault: los cambios, los
límites y las heterologías.
A partir de la publicación de la obra
de Michel Foucault: “Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias
humanas”, el saber histórico ha sido planteado como una contraciencia que
enuncia, en su producción, la contingencia no solamente de acontecimientos;
también y con agudeza, sobre la episteme que dispone y posibilita
el conocimiento en el presente. Uno de los ejes del libro consiste en presentar
que las rupturas del conocimiento en occidente se componen de modos distintos
de vivir el lenguaje. La estructura de las posibilidades en el siglo XVI no es
la misma que en el siglo XIX. Michel Foucault expone tres momentos de la
representación, relación entre las palabras y las cosas, así como el papel del
signo dentro del lenguaje. En el siglo XVI, Foucault menciona que las palabras
son las cosas: “En su forma primera, tal como fue dado por Dios a los hombres,
el lenguaje era un signo absolutamente cierto y transparente de las cosas,
porque les parecía”. [14]
Hacia los inicios del siglo XVII, la episteme cambia “[…] todos los
signos que muestran que los textos escritos no dicen la verdad, se asemejan a este
juego de encadenamiento que introduce astutamente la diferencia en lo indudable
de la similitud”. [15]
Hacia el siglo XVIII la noción del hombre y las ciencias humanas son posibles
debido a la noción de finitud: sentido de origen e historia, relación lógica-ontológica
y significación y tiempo de interpretación.
A partir del siglo XIX:
“[…] el lazo no puede ser ya la
identidad de uno o de varios elementos, sin o la identidad de la relación entre
los elementos (donde la visibilidad no tiene ya papel alguno) y de la función
que aseguran; además, si estas organizaciones llegan a ser vecinas, por efecto
de una densidad singularmente grande de analogías, no es porque ocupen
emplazamientos cercanos en un espacio de clasificación, sino porque se han
formado unas al mismo tiempo que otras, y unas inmediatamente después de otras
en el devenir de las sucesiones”. [16]
La composición del saber en el siglo XIX a partir
de sucesiones, coloca a la Historia como creadora de un espacio temporal para
explicarse los acontecimientos y ordenarlos. Las ciencias humanas surgen con la
invención del hombre, será él quien autoriza los saberes modernos, el orden
lógico y deductivo que las ciencias seguirán para establecer relaciones
causales y una reflexión sobre los Mismo y, sobre todo, de las conductas. Sin
embargo:
“Ya
no es el origen el que da lugar a la historicidad; es la historicidad la que
deja perfilarse, en su trama misma, la necesidad de un origen que le sería a la
vez interno y extraño; como el vértice virtual de un cono en el cual todas las
diferencias, todas las dispersiones, todas las discontinuidades estarían
reducidas para no formar más que un punto de identidad, la impalpable figura de
lo Mismo, con poder de estallar, sin embargo, y convertirse en otro”. [17]
La obsesión de pensar el origen será
una obsesión por el porvenir. Será una búsqueda del camino que lleve al hombre
a su destino imaginario: encontrar el vientre de su existencia. Sin embargo,
las huellas que sigue lo guiarán, entre la neblina y la confusión, al limite de
un abismo del cual, desde el borde solamente se logra percibir las tinieblas de
lo desconocido. Una vez en el borde, el hombre se angustia. Un eco penetra el
tímpano del hombre, es el grito de la incertidumbre. Aterrado y entendiendo su
propia condición de existencia, tropieza cayendo al vacío. Y es, ese momento,
cuando se produce un goce, el último
sentimiento antes de completarse a sí mismo en el deseo de la muerte.
Psicoanálisis, Historia y Etnología,
para Michel Foucault, componen las contraciencias. Su “objeto” de estudio está
compuesto de la diferencia, de lo que no podemos concebir en el mundo tangible
debido a su ausencia. Los tres saberes dan cuenta sobre la condición del hombre
moderno y su inestabilidad como centro de veracidad. Las afectaciones de lo
Otro en lo Uno producirá contingencia, permitirá al hombre saberse atravesado
por condiciones de entendimiento sujetas al cambio. El “objeto”, pasado, Otro e
inconsciente, se resistirán a ser pensados tensando el sentido a partir de interpretaciones
y aproximaciones siempre en oscuridad.
Sepultando: hacia una espectrografía.
Abordar a la producción histórica como
un “oficio” similar al de un velador, relaciona al historiador con la muerte,
el muerto y el duelo. ¿Se puede pensar a la producción histórica como una
erótica del duelo?, sí es así, ¿cuál sería su alcance, es decir, su limite?.
a) La historia está siendo una erótica
debido a su deseo por lo ausente (el pasado). Es el deseo por aquello que te
completa lo que, si se llegará a conseguir, produciría placer, es decir, un
momento en el cual la integridad sea resuelva aunque sea efímero y el sujeto retorne al origen.
b) Del duelo se debe a la relación con lo
ausente. El labor del historiador se sustenta a partir de reconocer al
acontecimiento como algo que se va. Es el dolor de desprendimiento.
c) Su limite es tajante y pareciera una
contradicción. La limitación de entender a la historia como una erótica del
duelo es el duelo mismo. ¿Cómo se vive el duelo de lo que nunca fue tuyo (el
pasado, el Otro?. Porque no es el Otro a quien se despide, se despide a la
imagen creada, desde el horizonte de expectativas que conforma el conocimiento
del historiador, por consiguiente del historiador mismo. Es duelo no porque se
pierda algo ya que no se tuvo nada, se adolece en tanto lo que uno desea no
existe. Hay dolo, pero está constituido a partir de lo que nunca pasó, y es esa
pérdida de posibilidad lo que duele. Duelo lo Uno y comprenderse impotente ante
la diferencia.
La
historia como la erótica del duelo interminable sería lo que Ricardo Nava propondría a partir de su escritura:
“La
historia como erótica del duelo imposible pretende decir al Otro, atraparlo,
aprehenderlo, y sólo puede devolverlo como una diferencia, como lo que sólo se
inventa a partir de la mirada de la ciencia. Ella observa en un intento de
asimilación que borra la alteridad y la tapiza de restos de lo Mismo (técnicas
científicas, teorías y modelos interpretativos)”.[18]
La escritura de la historia está siendo
un reconocimiento de nuestra relación de lo Mismo y lo Otro, sin embargo, es un
esfuerzo de pensarse Otro – Otro, permitiéndonos a Nosotros soltar el lazo que
mantiene a lo Distinto atado, encadenado, a nuestra lado simulando que es
aquello lo que nos complementa del despojo que, constantemente, padecemos.
La propuesta sobre la espectrografía
está construyéndose a partir de la fusión de la reflexión y práctica la en la
cual, el historiador está escribiendo a partir de huellas, de ceniza, de
rastros de lo que llegó a ser el acontecimiento, ahora irrecuperable. De hecho,
la heterología es posible a partir del espectro: de ese Otro que nos
aparece como un fantasma que nos susurra, en la invisibilidad, que está
presente. La escritura aparece como una búsqueda con el espectro, como una
respuesta a nuestra ligera y casi nula percepción de él; solamente será durante
el proceso de escritura, de trazar grafías sobre un depósito de posibilidades,
el momento en el que la transferencia
pueda suceder para darnos una pequeña orientación en la oscuridad. Se escribe para
producir un encuentro con la duda, con el provenir, por la carencia de poder captar
al espectro que nos conforma.
He recorrido, brevemente,
los cambios surgidos a partir de la conformación de la historia. Queda
reflexionar acerca de que es lo que nos deviene en tanto posibilidad de
conocimiento. Como expuse, solamente será posible a partir de lanzarnos al vacío y sonreír para
nosotros, los historiadores, en silencio mientras gozamos de la interminable
caída. [19]
Bibliografía.
- Alfonso
Mendiola, El giro historiográfico: la
observación de observaciones del pasado. < http://elespressodoble.files.wordpress.com/2012/02/elgirohistoriografico.pdf >. 26-03-2014.
-
Andrés
Gordillo, El quehacer del historiador, <
http://planoactivo.blogspot.mx/2014/03/el-que-hacer-del-historiador.html >, 26-03-2014.
-
Jacques
Derrida, Mal de Archivo. Una impresión
freudiana, tr, Paco Vidarte, Valladolid, Trotta, 1997, pp.107.
-
José
Saramago, El cuento de la isla
desconocida, tr. Pilar del Río, México, Punto de Lectura, 2006, pp.72.
-
N.A.
Braunstein, M. Pasternac, G. Benedito y F. Saal, Psicología: ideología y ciencia, México, Siglo XXI, 1974 (1a. ed.),
pp.419.
-
Michel
de Certeau, La escritura de la historia, México, Universidad
Iberoamericana, 1993, pp. 334.
-
Michel
Foucault, Las palabras y las cosas. Una
arqueología de las ciencias humanas, tr, Elsa Cecilia Frost, 2ª. ed.
revisada y corregida, Siglo XXI, México, 2010, pp. 398.
-
Ricardo
Nava, Michel de
Certeau y la escritura de la historia:
hacia una erótica del duelo. < http://www.mxfractal.org/RevistaFractal63RicardoNava.htm >, 28-03-2014.
hacia una erótica del duelo. < http://www.mxfractal.org/RevistaFractal63RicardoNava.htm >, 28-03-2014.
[1] José
Saramago, El cuento de la isla
desconocida, tr. Pilar del Río, México, Punto de Lectura, 2006, p. 45.
[2] El
origen de este texto surge a partir de un cuestionario que el Dr. Ricardo Nava,
docente en el Departamento de Historia de la Universidad Iberoamericana Ciudad
de México, nos pidió a sus alumnos del seminario “Lecturas históricas”. En
dicho espacio la pregunta que permea el curso es la siguiente: ¿Hasta donde es
posible pensar históricamente?. Mediante los textos y lecturas que atraviesan
el curso la interrogante se despliega y nos ofrece la posibilidad de pensar,
dentro de diversas disciplinas, a la historia como saber así como las
consecuencias de su producción.
[3] Remito
este termino: “operación”, a la definición que propone Michel de Certeau en su
ensayo titulado: “La operación historiográfica”. Michel de Certeau, La
escritura de la historia, México, Universidad Iberoamericana, 1993, pp.
67-118.
[4] Andrés Gordillo, El quehacer del historiador, < http://planoactivo.blogspot.mx/2014/03/el-que-hacer-del-historiador.html >, 26-03-2014.
[5] Por
acontecimiento entiendo: sucesos y sujetos que están sucediendo y sucedieron en
diversos espacios, bajo diversas situaciones. Incapaces de ser controlados,
pero sí manipulados, los sucesos y sujetos responden al aparato psíquico. Surge
la pregunta: ¿controlados por quién, quiénes y por qué?, por la ideología. “[…] la ideología que opera a partir de las
evidencias aportadas por los sentidos se opone siempre al surgimiento de las
ciencias que dan cuenta de cómo se producen las apariencias y cuál es la oculta
estructura de lo real.” Néstor A.
Braunstein. ¿Cómo se constituye una ciencia?, en Marcelo Pasternac, et al. , Psicología: Ideología y Ciencia. Vigesimosegunda impresión, México,
Siglo XXI, 1975, p. 13.
[6] La
noción de hombre será tratada más adelante sin embargo es prudente mencionar
que, el hombre, nace a partir del siglo XIX junto con la idea de la finitud y
el nacimiento del hombre como ser incompleto.
[7] La
verdad pensada como único significado de un significante.
[8] El giro
historiográfico es un ensayo del Dr. Alfonso Mendiola en el cual propone, entre
otras cosas, el estudio de la historia como una observación de observaciones.
Esta propuesta se sostiene a partir de la siguiente afirmación: no se estudia
el pasado, se estudian observaciones del pasado. Para más información checar el
artículo en: Alfonso Mendiola, < http://elespressodoble.files.wordpress.com/2012/02/elgirohistoriografico.pdf >
26-03-2014.
[9] Por
ejemplo, pensemos en la Edad Media. En la Edad Media la historia no era parte
de la enseñanza en instituciones ni abadías. Era un “saber” al servicio de
otros. Es más, la historia era escrita para enseñar a los lectores los códigos
morales de la época, también se conformó como una narrativa que entretenía a
los lectores y como escritura de linajes que daban veracidad al rey dominante
de un territorio ya que, era la historia, la encargada de hacer la genealogía
con lo divino.
Partiendo
de está noción de historia y su práctica surge la extrañeza y susceptibilidad
de importar términos actuales para explicar la Edad Media. Conceptos como:
revolución del proletariado por ejemplo (mencionado en la obra de Hilton en la
que, bajo principios y conceptos marxistas explica un levantamiento en
Inglaterra hacia finales del siglo XIV cuando aún no había siquiera la
concepción de revolución de las clases sociales), se utilizan para distinguir
lo diferente. Reitero, son necesarios los conceptos actuales sin embargo es
primordial explicitar la contingencia de estos. He ahí el labro de la
historiografía: dar espacio al pasado desde el presente escribiendo.
[10] Acerca
de la pulsión de muerte, me remito a la obra de Jacques Derrida, en especial
“Mal de Archivo una impresión freudiana”. Allí, Derrida, sugiere que la
inscripción, entendida en un primer momento como la impresión sobre un lienzo,
un sitio, responde a la pérdida. Permeado por la obra de Freud, Derrida sugiere
que la escritura opera como un ejercicio de depósito de la memoria hacia un
objeto. Lo que vuelve posible la escritura es, entre otras cosas, la pulsión de
muerte, de finitud.
[11] Jacques
Derrida, Mal de Archivo. Una impresión
freudiana, tr, Paco Vidarte, Valladolid, Trotta, 1997, p. 37.
[12] La
concepción del objetivismo surge de esta noción de realidad.
[13] Además
del contexto, (instituciones, cultura, medios de comunicación, modelos económicos,
etc), todo conocimiento y producción está mediada por la técnica. Por el saber
hacer y la pulsión de muerte. Por el dispositivo. Por dispositivo entiendo: una
especie de red que nos dispone. Está conformado por todo el quehacer del hombre
ya que es, la pulsión de muerte y nuestro saber hacer, lo que permite
depositar, en las tecnologías, nuestro propio conocimiento siendo nosotros,
ahora, sus herramientas.
[14] Michel
Foucault, Las palabras y las cosas. Una
arqueología de las ciencias humanas, tr, Elsa Cecilia Frost, 2ª. ed.
revisada y corregida Siglo XXI, México, 2012, p. 54.
[18] Ricardo Nava, Michel de Certeau y la escritura de la historia: hacia una erótica del duelo. < http://www.mxfractal.org/RevistaFractal63RicardoNava.htm >, 28-03-2014.
La
caída
A mi madre
¿Recuerdas cómo mueren los pelícanos?
Bajo el sol de la tarde
que golpea la costa del Pacífico
el agua los engulle como al plomo.
Nada puede salvarlos.
Hay tanta dignidad en el vacío,
tanto amor en sus vuelos,
que en el último instante escogen el
silencio.
Sólo queda
el golpe de sus cuerpos contra el agua
como un rumor de viento imperceptible.
Desde esta habitación no puede verse el mar,
no existen altas rocas y no queda horizonte
que no hayan destruido.
No importa,
intuyes un rumor en esta noche negra,
puedes tocar su brazo.
Recordarás entonces, al percibir el frío,
que en otoño ese mar que tanto amas
se vuelve gris y deja
los nombres del pasado escritos en la arena.
Te has sentado a mirarlos.
Frente a ti,
torciendo el horizonte,
un niño se sumerge entre las olas.
El levante, tan cálido y perfecto,
lo traiciona y lo empuja.
Has venido a salvarme.
Tus brazos,
tan frágiles ahora,
cubren el cuerpo de mis nueve años
hasta tocar la orilla.
Es cierto,
desde esta habitación no puede verse el mar
pero tiemblan mis manos igual que aquella
tarde.
Ahora cojo las tuyas,
siente cómo te amo,
cómo salvas mi miedo con tus gestos,
cómo tienes la vida sujeta entre los dedos.
Deja a un lado la carne,
has golpeado tanto tu rostro contra el agua
que la luz se ha quebrado.
No hay estrellas debajo del océano.
Abre los ojos,
es tan ciega la muerte que el temor te
confunde.
Abre los ojos,
búscame ahora en medio de este océano,
voy a agarrarte fuerte con mis brazos,
siente cómo te aprieto,
busquemos nuestra orilla,
el mar no ha dibujado nuestros nombres,
es hoy, no somos el pasado,
es salado el sudor,
es la espuma del mar contra las rocas
este miedo en tus labios.
Nos espera la vida.
- Fernando Valverde. (De Los ojos del
pelícano).
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